Las lágrimas basales son las que lloramos todo el tiempo y son producidas por las glándulas lagrimales, de meibomio y las caliciformes. Cada persona genera un promedio de 300 mililitros diarios de lágrimas, es decir, 114 litros al año. Constantemente, llegan al ojo y se van a través del punto lagrimal.
Poseen tres capas: una proteica -en contacto con la superficie corneal-, la del medio -más abundante de agua- y la externa -de lípidos-. Además, contienen gran cantidad de factores de crecimiento que estimulan la cicatrización en caso de producirse una úlcera, y nutrientes como glucosa, que forma parte del principal combustible de las células. Su función es lubricar y nutrir la superficie ocular, y si los ojos están sanos, no se nota su presencia.
Las lágrimas reflejas son las que produce el ojo cuando ingresa un cuerpo extraño o al cortar una cebolla -debido a la liberación de ácido sulfénico y propanotial-. Son un mecanismo de defensa del organismo al intentar barrer el cuerpo extraño o diluir el agente irritante, aumentando su producción. Además de producirse en grandes cantidades, contienen anticuerpos que protegen frente a gérmenes y bacterias.
Por otro lado, las lágrimas emocionales son las que se liberan durante un estado de tristeza o felicidad, y contienen mayor cantidad de hormonas. Diversos estudios han descubierto que las emocionales tienen un contenido más alto en hormonas de estrés, como la ACTH o encefalina. Así, al llorar, se elimina parte de las hormonas que producen estrés y, simultáneamente, un calmante natural -encefalinas- que promueve una sensación de bienestar.
Existen patologías como el ojo seco en donde aumenta la concentración de sales en las lágrimas, generando un cuadro de hiperosmolaridad, es decir, la cantidad total de sales es la misma que promueve inflamación en la superficie ocular con cuadros de dolor, sensación de cuerpo extraño y ojo rojo.
El 80 % de los ojos secos se debe más a una alteración en la calidad de la lágrima que a la cantidad de ésta.